María Vicenta Porcar. Fotografía: Machancoses y del Valle |
"Despedida", de "Cuadernos del delirio" de Elvira Daudet.
Me desperté a tu lado, envuelta en el perfume
a tabaco y a menta de tu cuerpo
como sí se tratara de un vestido de seda
o una siamesa piel que nos uniera,
con el gozo aniñado de amanecer contigo.
Como cada mañana me diste un tibio beso,
bebiste tu café,
prendiste el primer cigarrillo,
pusiste las noticias de la radio,
dijiste; "va a llover, coge el paraguas".
Todo era normal en apariencia
-¿quién puede adivinar
los designios oscuros que trae el día?-
y me marché al trabajo sonriendo,
oyéndote silbar bajo la ducha.
Yo no escuché tus pasos alejarse
ni la puerta al cerrarse,
como exigen los buenos finales de una historia .
Pero al entrar en casa un silencio terrible
de alas negras inmóviles, un ensordecedor
silencio nunca oído,
me golpeó el cerebro, brutalmente.
Malherida quedó, de pie en la alcoba,
alguien que no era yo;
al principio pensé que estaba muerta..
Vía entonces tus zapatos, pedestales vacíos
donde ayer -todavía siendo mío-
te erguías orgulloso.
Escuché claramente el clamor de mi sangre
golpeando mi herido corazón como un tambor,
y supe con dolor que estaba viva.
Tus zapatos usados fueron tu despedida,
en su desolación de ataúd doble yacía,
ya sin cuerpo,nuestro amor derrotado.
Ellos eran tu última palabra,
la muda y elocuente señal de tu abandono.
El vacío trepó por las paredes,
como un súbito moho,
royendo los visillos,
la alegría de nuestras risas juntas,
y se fugó la luz como tu sombra.
Así llegó la noche, lentamente,
y comenzó la noche que no acaba.
(Gracias por la lectura de este soberbio poema, querida amiga).
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