Meditación con Vicente Gallego (Palau de Pineda -23/10/2014-)
ABLUCIÓN NOCTURNA
El
día partió. Nada trajo que no se llevara por delante. Ahora que es de
noche, al cerrar los ojos, en vez de dejarte arrastrar por ese torrente
de imágenes mentales que has acumulado
durante la vigilia- y que te tienen en la inquietud al desplegar ante ti
sus ansias de hallar continuidad el día de mañana, proponiéndote nuevas
metas y recordándote los interminables problemas por resolver-, entra
en quietud y recógete en ti mismo. El cuerpo
está tendido y relajado, no es necesario hacer ningún esfuerzo por
sostenerlo; lo cual te ayudará a remover el primer obstáculo a poco que
le prestes atención a la respiración. Entrelaza los dedos de tus manos a
la altura del pecho, adoptando así la postura
de cuerpo presente. Ese torbellino de imágenes mentales seguirá
solicitando tu interés. Bien, si primero te aconsejé que las
desatendieras para hallar tu disposición respetuosa, y ganarte a ti
mismo en tu postura de cuerpo presente -de cuerpo rendido-, ahora
es el momento justo de poner en ellas toda tu atención, antes de pasar a
mayores. Al tener los ojos ya cerrados, no te resultará difícil
ubicarte primero como observador. Observa bien que, como observador de
ese artificio de imágenes al vuelo -en las que aparecen
tiempos y espacios, cuerpos e incidentes que te parecían tan reales, y
que ahora, en tu recogimiento, eres incapaz de alcanzar-, tú no puedes
estar dentro de toda esa vorágine inaprehensible. Tú estás donde siempre
has estado, donde estabas la noche anterior,
y la anterior, al cerrar los ojos. Y donde estarás mañana; es decir, en
la atalaya de tu ser consciente, en tu no-lugar y no-tiempo, ya que
acabas de advertir, al permanecer en calma, que careces de dimensiones
como observador, y que ningún despliegue espacio-temporal
es capaz de crear ese espacio seguro en que te parecía vivir la realidad
de tu vida, pues ahora, al contemplar cómo han devenido irrecuperables
todos sus escenarios, caes en la cuenta de que esa cama, que antes te
parecía tan sólida y tuya, forma parte de cuanto
el viento se llevó. Y es así como empiezas a hallar reposo en tu
verdadero ser, y no en tu dormitorio. Si cada noche rompes con esa
inconsciencia en que has vivido todo el día; si eres capaz de recogerte
en ti de la manera que te sugiero; si contemplas esa
catarata de imágenes mentales que viene a solicitar tu atención
periférica -y a perderte en quimeras- con tu atención insobornable, vas a
ver enseguida que no hay modo de dar con algo real en mitad de la fuga y
quiebra interminable del espacio-tiempo, pues
todo espacio y tiempo se resuelven de continuo en tu presencia
intemporal. Si sigues observando con mayor profundidad, verás que ese
poder que el tiempo y el espacio tuvieron sobre ti -puesto que en ellos
te veías implicado-, era solo el producto subjetivo
de tu inquietud de espíritu, de tu avidez. Ves cómo se esfuma toda
experiencia junto a su aparente ubicación: has visto derrumbarse la
jornada de hoy, procuras encontrar la de ayer, y ya no lo consigues.
Ahora, contemplada desde el remanso del final del día,
cualquier experiencia queda convertida en una escena vana de ese desfile
de imágenes mentales, las que acuden cada noche con la pretensión de
referirse a esto que somos. Este es el instante en que, de manera
espontánea y natural -puesto que has visto-, dejas
que la mente se las valga como pueda con sus montajes exteriores y sus
ruidos; diriges tu atención hacia el ritmo respiratorio y te vas
desnudando de toda adherencia espacio-temporal, es decir, de toda
consideración o pensamiento. Como has comprendido la irrelevancia
de cualquier experiencia, como has visto girar el carrusel a pique de
esas imágenes, no te resultará difícil regresar a ti. La respiración
está ahí para ayudarte, ríndete a su tutela y entra en lo profundo de tu
alcoba por esa escala inversa que te tiende.
Si repites este ejercicio de discernimiento cada noche antes de
dormirte: si haces lo que debes y te lavas de toda imaginación hasta el
fondo de tu ser; si recuperas la conciencia de ti antes de caer de la
inconsciencia a la inconsciencia y dormirte estando
ya dormido de antemano, pronto dejará de arrastrarte la corriente. Estás
comprendiendo que nada tiene continuidad; que era solo tu deseo de
futuro, y tus apegos a lo concluido, el que se la otorgaba. Por fin,
todo carece de dimensiones y naturaleza propia;
al cabo, todo son nubes indescifrables surcando el profundo azul de la
conciencia despierta. Gustabas de pensar que había un mañana para ti,
para tus ilusiones. Hoy te ganas cada noche en tu presencia viva. Con
los dedos de las manos entrelazados sobre el corazón,
te sabes disponible: estás muriendo a cada instante a toda idea de
continuidad, a todo engaño de verte como parte de ninguna trama mental o
desplazamiento físico. Has encontrado en ti la puerta del sosiego, la
respiración consciente: encomiendas el cuerpo a
su custodia, dejas en manos del tiempo los asuntos temporales, en las de
Dios la eternidad del día, y entras profundamente, así acallado, en tu
viva certeza de ser nadie.
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