El piansita Ricardo Belda y la cantante Cris Blasco acompañando al auor en una brilalnte exhibición de jazz. (El pasado 5 de febero en el salón de Actos de la SGAE) |
Queridos amigos:
Está claro que la poesía
no es una ciencia exacta porque no se basa en reglas sino en intuiciones.
Se trata de realizar un
viaje al fondo del conocimiento individual, para poner esta realidad propia en
contacto con el mundo, y cada poema es, por ese mismo elemento vital que
contiene, una nueva aventura.
Es como si se tratará de
encarar la escritura con la ilusión del primer día, del primer poema. Lo malo
es que una vez escrito, uno piensa inmediatamente si no será el último que
escribe, porque muchas veces este oficio puede resultar agotador o no rendir
los frutos que de él se esperan, pero en otras ocasiones la Poesía sabe
recompensar a sus fieles con desprendida generosidad.
Con estas palabras quiero
adelantarles que “Las lunas de Miles Davis” es un trabajo en el que mi buen
amigo Rafael Coloma, reinventa su
escritura y se transforma en un navegante solitario en busca de la palabra
exacta, esa capaz de revelar secretos o circunstancias que muchas veces nos
pasan desapercibidas al resto de los mortales y que solamente el ojo atento del
poeta es capaz de mostrarnos.
Rafael Coloma oficia pues,
en este libro, una ceremonia que se basa en dos elementos fundamentales que
constituyen la idea poética de esta obra: la
interpretación de la soledad y la búsqueda de la propia identidad a través de
las referencias y pistas que nos proporciona el mundo.
Y como buen observador, a
través de la lectura y de la escritura, de la corrección infinita, del
desasosiego que produce la duda, de la exploración del elemento humano pero dotado
del manantial inagotable de su perseverancia, Rafael Coloma consigue en “Las
lunas de Miles Davis” un producto poético bien hecho, el acabado final
del orfebre entregado a su labor que, finalmente, separa el grano de la paja.
He visto a mi amigo Rafael
Coloma participar de ese dolor interior que significa ser poeta y escribir,
desnudarse de la carga insustancial de los prejuicios, renunciar a herencias y
aceptar préstamos que recoge y utiliza sabiamente para tejer la trama de esta
obra que lo ha tenido ocupado durante estos últimos cinco años.
Ahora nos entrega,
generosamente, este excelente trabajo que habla de la memoria, del pasado y de la existencia.
Saint-John Perse, uno de
los poetas reverenciados por Rafael Coloma y citado en estas “Lunas”, nos dice que: ”La
poesía se niega a disociar el arte de la vida y el amor del conocimiento”
Las palabras que Rafael
Coloma emplea en sus poemas nos reflejan como los espejos y sus criaturas
poéticas renuncian a beber de las aguas
del Leteo para olvidar el pasado.
Ellos quieren sobrevivir a “su” ayer porque, y cito ahora a Jaime Gil de Biedma
cuando dice que:
“lo que
caracteriza el pasado que la memoria pretende conservar, es su constante
movilidad: Lo terrible es cuando uno considera el pasado como un patrimonio
sólido e inamovible, como su única riqueza moral, y un buen día se da cuenta de
que todo eso está en continua transformación”.
Ese pasado, esa reacción
química se refleja en la composición de atmósferas aplastantes que estrechan
sus paredes contra el lector, como si de una narración en prosa se tratara;
pero no nos equivoquemos porque estamos hablando de poemas, pequeñas ollas a
presión provistas de válvulas de seguridad instrumentalizadas mediante las sugerencias
musicales, piezas de Jazz en su mayoría, que Rafael Coloma nos ofrece al inicio
de cada poema.
Esa
es la doble vía de este poemario, un acierto indudable y
novedoso del poeta, que se implementa entre los versos, completando así la
fuerza expresiva de la escritura.
De esta forma Rafael
Coloma nos permite soñar, imaginar esos personajes que vagan por sus
creaciones, interiorizar los poemas y ese desfile de falsas moralidades, de
personajes tortuosos, de infancias soñadas, de adolescencias rebeldes, de
experiencias amorosas en un medio, a veces hostil, otras indiferente, pero
siempre bajo la advocación del escritor maduro y ya experimentado, y por
supuesto, de la música de Miles Davis,
Dizzy Gillespie, Art Tatum, Charlie Parker, Chet Baker y así hasta veinticuatro solistas de Jazz
auténticamente únicos.
Pero siguiendo con mi
comentario, recordarán ustedes que antes hablé de moralidades, y “La
vida moral del hombre forma parte del tema para el artista; pero la moralidad
del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto”, así se
expresa Oscar Wilde en el prefacio que inicia su obra “el retrato de Dorian
Gray”.
Rafael Coloma conoce estas
palabras de Wilde, por ser el lector
atento que es, y además, porque bajo muchos de sus, en ocasiones, breves poemas
se esconde el infinito.
Otras veces sus silencios finales
entre estrofas o capítulos son anillos previos de unión imperceptible,
torrentes de ideas y luz en los que sus personajes buscan refugio para guarecerse
del miedo a los sucesos, del terror a las palabras. Y sólo cuando ellos
consideran que van a desbordarse de esa luz, obligan a Rafael Coloma a otorgarles
el privilegio de la existencia entre sus versos.
Por eso, queridos amigos,
cuando inicien la lectura de esta obra piensen que para ser poeta hace falta
estar un poco “fuera de tus cabales”, y no me malinterpreten cuando escribo
estas palabras.
Me refiero a hacer uso de
una disposición, de una entrega personal que reviste al autor de una infinita
capacidad de asombro para afrontar la escritura del poema, pero enfocando esta
tarea con la actitud más humilde, sabiéndose capaz de conjugar, en absoluta
libertad, razón y sentimiento.
La Poesía se constituye
así, en fuente de reflexión y análisis, muchas veces dolorosa y gratuita, que
permite extraer la belleza de las cosas más terribles o mirar el mundo como si
fuera la primera vez.
Esto último es en
definitiva lo que logra, a través de un elaborado proceso, mí querido amigo
Rafael Coloma en estas sus “Lunas de Miles Davis"
de izda a dcha Mila Villanueva, Rafael Correchr y Rafa Coloma Una extraordianria velada poético-musical Fotografías Jose A. Olmedo |
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