viernes, 18 de julio de 2014

Homenaje a Julio Cortázar, por César Gavela.



Foto: César Gavela, Elena González, Mila Villanueva, Carmen Gimeno, Alberto Gimeno y Andrés Ferrer.


CORTÁZAR

Julio Cortázar es la alegría. El juego lúcido, la curiosidad, la búsqueda. La pasión por escribir. El amor a las palabras, la huida constante de toda solemnidad, de todo envaramiento.

Cortázar es la ruptura. La sencillez y la vida propia como gran campo de la creación. Leer a Cortázar es leer la luz.

Cuando murió, tan inesperadamente, dijo de él García Márquez:

Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo.

Y añade:

“Fue el ser humano más importante que he tenido la suerte de conocer".

Cortázar es uno de los grandes escritores del boom de la narrativa americana. Junto con los consabidos García Márquez, Vargas Llosa, José Donoso o Carlos Fuentes. Y en la estela de unos precursores no menos extraordinarios: el maestro Borges, que es el más grande, Bioy Casares, Lezama Lima, Onetti o Juan Rulfo. Con la fecunda compañía de Monterroso, Cabrera Infante y otros. Es terrible pensar que todos han muerto, salvo los dos peruanos. Pero, a la vez, todos están vivos. Su literatura no deja de latir.

Todos ellos fueron artífices de una revolución en la literatura hispanoamericana. Es decir, en la literatura española. Pero a medida que va pasando el tiempo unos nos parecen más modernos que otros, más actuales, más cómplices, y puede que Julio Cortázar, cuya obra pasó un largo periodo de oscuridad tras su muerte en París (un silencio habitual en muchos escritores cuando nos abandonan) sea el más actual de todos.


Otro gran escritor latinoamericano que también vivió en París, igual que García Márquez, y ahora me refiero a Mario Vargas Llosa, dice, tan profundamente, de Julio Cortázar:

En él la literatura parecía disolverse en la experiencia cotidiana e impregnar toda la vida, animándola y enriqueciéndola con un fulgor particular sin privarla de savia, de instinto, de espontaneidad. Probablemente ningún otro escritor dio al juego la dignidad literaria que Cortázar ni hizo del juego un instrumento de creación y exploración artística tan útil y provechoso como él. Pero diciéndolo de este modo tan serio, altero la verdad: porque Julio no jugaba para hacer literatura. Para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida -las palabras, las ideas con la arbitrariedad, la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con que lo hacen los niños o los locos. Pero jugando de este modo la obra de Cortázar abrió puertas inéditas, llegó a mostrar unos fondos desconocidos de la condición humana y a rozar lo trascendente, algo que seguramente él nunca se propuso. No es casual -o más bien sí lo es, pero en ese sentido de "orden de lo casual" que él describió en una de sus ficciones- que la más ambiciosa de sus novelas tuviera como título Rayuela, un juego de niños.

Creo que esas palabras resumen bien la forma con la que Cortázar se adentró en la literatura. En sí mismo, en el tiempo y en los demás. Sin olvidar, claro, su compromiso político, su implicación, siempre ingenua cabe matizar, con las revoluciones latinoamericanas. Aunque luego ya se vio como terminaron. Con la cubana primero y con la nicaragüense después. Pero ese Cortázar no es ya tan relevante como escritor. En todo caso, como dijo el escritor mejicano Carlos Fuentes: “Si a veces se equivocó en la búsqueda de esta fraternidad incansable, peor hubiera sido que la abandonara”.

Aunque siempre brilla su genio en una página, en un cuento, en un relato largo de esos años últimos de su obra.

Es posible, pienso ahora, que los libros que mejor definen a Cortázar sean los inclasificables. A él le gustaban mucho, no lo escondía. Solía llamarles “libros-almanaque” y sus títulos son Último round, La vuelta al día en ochenta mundos y, también, el maravilloso Cronopios y famas. Libros donde cabía todo y donde todo era excelente. Lo mismo crónicas de boxeo, que críticas sui géneris de películas, que juegos verbales, que evocaciones íntimas, que delirantes textos de humor, que sensacionales desbordamientos de ternura, de originalidad, de gracia. Siempre desde una inteligencia prodigiosa, llena de matices y sutilezas y bajo el armazón de una cultura imponente.

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