jueves, 20 de diciembre de 2012

Vicente Gallego Socio de Honor de Concilyarte

 
 
 
 
 
Al concluir la Jornadas "No hay Muerte para el que ama", el poeta y amigo Vicente Gallego fue nombrado Socio de Honor de nuestra Asociación. Desde aquí queremos agradecerle la colaboración en muchos de nuestros actos.

martes, 18 de diciembre de 2012

Presentación de "La Mano Pensativa" de Blas Muñoz Pizarro.


 

Fue para mí un placer presentar el libro "La Mano pensativa" de Blas Muñoz, compuesto en su mayoría de haikus, senrius y tankas, pues es una forma de poesía con la que me siento muy identificada. Como siempre la SGAE nos acogió con su gentileza acostumbrada.
 
El jurado compuesto por Daniel Aldaya Marín, Javier Asiain Urtasun y Victor Izco Cruz otorgó a "La mano pensativa" el premio Angel Martínez Baigorri 2o11, en su vigésimo octava edición convocada por el Excmo Ayuntamiento de Lodosa.

 
Esta obra comienza con un soneto, (no en vano Blas Muñoz ha ganado el Premio de la Crítica 2012 con su libro “La Herida de los días”, precisamente compuesto por sonetos blancos). El soneto inicial del que hablamos da título a toda la obra: "La mano pensativa". Nos dice el poeta: “Pues nada quedará de lo escrito si no llega la mano y traduce la voz transfigurada en agua, aire, tierra y fuego”.

 
Esta alusión a los cuatro elementos es también una alusión esotérica a las cuatro estaciones, que se revelan en todos los libros clásicos de haiku y que el autor también lleva a cabo de una forma original. El libro recorre en los títulos de sus tres partes centrales todos los elementos primordiales de la vida: agua, tierra y fuego, siendo el pincel (elemento de aire por excelencia) el que cierra la obra con el poema final. Aunque este elemento, metáfora del tiempo, está trabajado con más detenimiento en su obra “El que silba entre cañas”.

 
Recuerdo al respecto un tanka de Borges con el cual he visto un paralelismo de “La mano pensativa”:

 

La ajena copa

La mano que fue espada

En otra mano

La luna de la calle

Dime, acaso no bastan?

 
Pues de la misma forma que Borges sitúa la mano como tema central de su tanka, también la mano es el tema primordial de esta obra que además combina la copa, elemento de agua y la espada, elemento de aire y ambos elemento “concretos” y “manipulables” con la efímera luna de la calle, que no puede asirse, igual que la sutil belleza de un haiku.

 Esta mano pensativa, que aparece explícita en el primer poema e implícita en el último, sigue asomando de cuando en cuando entre los versos durante todo el proceso, tanto de forma directa como indirecta:

Sobre la yema

Del dedo corazón

Beso tu beso.

 

Toco mis libros

Y en mi memoria

Un bosque de versos se deshoja.

 
En la primera parte: “Los haikus de la piedra en el agua” guardan perfectamente la medida 5-7-5, es decir, 17 onjis, o sílabas en japonés, asumiendo en unos momentos el estilo puramente oriental y otras se convierte en haikus urbanos, como:

 

Lluvia nocturna

Cabrillean las luces

En el asfalto.

 

Son versos también impregnados de silencio. Fue precisamente nuestro querido amigo José Luis Parra quien en la Antología “Tertulia de Haiku” describió esta forma poética de la siguiente manera:

 
Un haiku es un minúsculo islote de palabras en un mar de silencio”. De la misma manera nos dice Blas Muñoz

 
Canta un jilguero

El silencio se esconde

Para escucharlo.

 
Y también:

 

Huele a silencio

En las hojas brillantes

De los magnolios

 

Su escritura posee además las características que debe poseer todo buen haijin:

Estar atento, ser un espectador arrobado, exento de ego, sin alardes, que perciba las cosas en su ser total, algo que los japoneses llaman “somo-mama”. Dice Blas Muñoz:

 

Vuela una garza

En su frágil belleza

Muere la tarde.

 
Y si el haiku posee la fragilidad fugitiva del instante, como dijo Jean FranÇois Fogel, bien la capta el autor, por ejemplo en los siguientes versos.

 

Pasa una nube

Se oscurecen los tilos

De la rotonda.

 
Es sólo un momento, en cuanto pase la nube los tilos tendrán otra luz, se podría hacer un nuevo haiku….

Y encontramos también algún  haiku de “mui” o de lo que no sucede:

 
Abrió su mano

y el haiku se evadió

aire en el aire…

 
El "kigo", o palabra que hace referencia a la estación, aparece con frecuencia en los haikus de Blas:

Granado, naranjo, tilos, lluvia, viento, hojas caídas...

Y es patente por ejemplo en el haiku de primavera:

 
Uno de abril

Sigue el cauce del río

Una cigüeña.

 
Son haikus con "jaimi", que traducido del japonés, viene a decir: “sabor de haiku” y poseen en ocasiones "kiré" o palabra de corte y también "aware", o efecto sorpresa:

Tendido eléctrico

Crepúsculo, gorriones

El pentagrama.

 
Vicente Haya en su libro “El haiku de los sentidos” dice que “El haijin debe cultivar el sentido de la vista hasta lo extraordinario

Los ojos de Blas captan las luces y las sombras que oscurecen los tilos o que dibujan las nubes y la luna, el agua que desborda los narcisos…o el toque de color de un petirrojo en un granado desnudo.

Pero también los demás sentidos están alerta entre los versos:

Canta una alondra…un perro ladra….el mar huele a naranjo…

Y es ya en la segunda parte: “Senrius del sueño de la tierra”, donde se permite la licencia de esta forma poética e introduce el tacto, que ya hace una alusión más directa al yo:

Paso la mano

por el vaho del espejo

y nada cambia.

 
Se hace más patente en esta segunda parte la metáfora e introduce además el juego amoroso. Personalmente, a mí me recuerda un poco a Chiyo, que entre 1701 y 1775, destaca como la mayor poeta de haiku de Japón y que se permitió el tema amoroso dentro del haiku.

 Introduce Blas igualmente algo de “yugen” o misterio, como en:

 Suena un crujido

más allá de los sueños

cuando se rompen.

El paso del tiempo, la nostalgia o el azar, aparecen en esta segunda parte y continúa el tema amoroso con el tanka, en la tercera parte donde los ojos del poeta encuentran balcones azules y gritos de geranios rojos de ausencia, enredaderas y lunas menguantes alhelíes junto a jazmines y volvemos a encontrar aquí las manos, llenas ya de la luz crepuscular:

La misma luz crepuscular que parece irradiar el poema que cierra el libro. “Como otras veces”, y habla de ese poema eternamente inacabado, pues como dice Blyth, “nada hay que decir, pero hay que decir la nada” y que corrobora con la cita de Octavio Paz  que Blas Muñoz introduce en la última página.

Si la obra comienza  con un soneto -forma puramente occidental- termina con un poema de sabor totalmente oriental.

El poeta nos confiesa haber escrito este libro paralelamente a “Viva Ausencia”, para descargarse de la concisión formal del soneto y la décima,  buscando así la frescura y simplicidad del poema japonés. Efectivamente este libro nos ofrece un poco de “descanso”. Con él contemplamos la belleza sin esfuerzo y dejándonos llevar de su mano, sentimos, olemos y percibimos la maravilla de la naturaleza y compartimos el estupor del amor.

Erigido sobre una cita del poema central de la mirada de Jano, nos hace penetrar en ese bosque por donde el hombre pasa de la luz al olvido y siempre sólo. Como lo cita con el haiku de ISSA:

 
El ciruelo florece
.
El ruiseñor canta

pero yo estoy solo.

...y que abre la parte central del libro titulada “Tal vez otra Luz”.

En definitiva, este libro nos invita a la contemplación y nos hace comprender que el haiku no es sólo una forma de escribir: es un camino, una forma de recorrer ese bosque por donde discurrimos solos desde la luz al olvido y donde al final se extinguirá nuestra sonrisa y dejaremos algún poema inacabado, algún poema para la tierra, para el agua, para el viento o para el fuego.

 La obra cuenta además con un exquisito Prólogo de Susana Benet e igualmente la portada está ilustrada con uno de sus dibujos.

 

 

 Fotografías: Arriba de izquierda a derecha Blas Muñoz, Mila Villanueva y Juan Luis Bedins, contigua; Blas Muñoz.
Parte superior abajo: Mila Villanueva, Juan Luis Bedins, Teresa Espasa, Ricardo Bellveser, Juan Luis Bedins y Antonio Monsonis.

Fotógrafos: Machancoses y del Valle. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Poema de Antonio Praena cedido para las Jornadas sobre la Muerte en la SGAE




PERO NO



Estoy lleno de muertos,
de perros muertos y hombres muertos.
Mi corazón es un inmenso cementerio
de perros y de hombres cuya carne
se pudre y se confunde: soy el mundo
y el tiempo en el que el mundo se disuelve.
Podría contagiarme de esta podre,
abrir mis duros ojos con espanto
dejando que la luz partiese de ellos
y ser un muerto más de abiertos ojos 
al terror del vacío.
      Pero no:
el mundo no es tu oscuro corazón.
No cabe en tu sepulcro la belleza.
No te has dado la vida, te precede
y habrá de conservarte cuando acabe
la oscura vanidad que hay en tus ojos.
Hay pájaros ahí fuera. Está la tarde
dorada destellando en las esquirlas
de nubes y de antenas. Está el viento
jugando con las hojas, y en la hierba
dos perros son sustancia compartida
por un nudo de carne que los une
a un trance que no puede detenerse.

Grita hondo, revienta tu camisa.
De lejos eres gloria innumerable.
No hay muerte en la que quepa tu misterio.



El poema fue recitado por Rafael Correcher

domingo, 16 de diciembre de 2012

Extracto de la charla de Juan Ballester sobre la Muerte en el salón de actos de la SGAE.




… Otro de los temas en los que se tocan la ley con la Muerte es en el tiempo que deben estar los cadáveres de cuerpo presente dado el temor ancestral de los hombres a ser enterrados vivos. 

La Ley del Registro civil establecía que debíamos estar al menos 24 horas desde la muerte clínica, pero recientemente se ha suprimido ese plazo de un día que nos daban para despedirnos de los cadáveres de nuestros seres queridos, antes de ser enterrados, incinerados o sumergidos en alta mar, que son los tres destinos que recoge el artículo 6º del Reglamento de Policía Mortuoria estatal. 
   
Para documentarme sobre este tema he encontrado en la Wikipedia (que como saben significa enciclopedia que puede ser modificada desde dentro), una entrada o voz, Ataúdes de seguridad, en donde se leía que el conde belga Karnice-Karnicki ya había patentado un sistema de rescate para personas que habían sido sepultadas vivas.  Patentado en 1897, se trataba de un sistema mecánico bastante rudimentario colocado en el ataúd que detectaba movimiento en el pecho del fiambre haciendo que saliera una bandera en la superficie del cementerio mientras sonaba una campana inspirado en la feria del tiro al blanco.     

La novela El efecto Star lux contiene una reflexión sobre lo parecidos que son un bebé que acaba de nacer y el cadáver de un hombre recién fallecido precisamente partiendo de esa coincidencia entre el plazo inicial de 24 horas que debemos vivir para que el Código civil nos considere personas (nadie es persona sino un feto hasta que vivimos completamente separados del claustro materno durante 24 horas), y ese plazo final de 24 horas que debíamos estar de cuerpo presente ahora suprimida.   

Germán, un forense y su novia Arantza, ginecóloga, dos tortolitos tocados del ala por la  pérdida repentina  de un ser muy querido, tratan la cuestión de las similitudes del neo-nato con el neo-muerto afirmando que quedan con cara de que no han roto un plato después del tremendo trauma que supone nacer o morir. Tras conocerse bien, se dan cuenta de que sus trabajos, dar la bienvenida a este mundo y de sellar el pasaporte a los que se marchan, que parecen tan dispares, tienen muchas cosas en común.  

En un duro artículo de prensa llamado Ni un solo día se critique la supresión del plazo de un día ya que dicen muchos tanatólogos que dedican su vida a estudiar el morir y a ayudarnos a llevar el desconsuelo de la pérdida de los seres queridos -como Elisabeth Kubler-Kros-, que a los cadáveres hay que abrazarlos, besarlos, velarlos y aclarar con ellos todo lo que tengas que aclarar, sobre todo si eres un niño. Además la reforma legislativa ha provocado la comercialización masiva de féretros de seguridad para el caso de resurrección, la mayoría con antena de móvil y cristal frontal rompible. 

Por mucho que disponga la ley y que permita nuestro lenguaje, que distingue los verbos Ser y Estar que no existe ni en latín o inglés, la crónica de las personas comienza cuando dejan la bebé sobre el pecho de su madre y la biografía no termina hasta que nos dan sepultura, ya que las vivencias con un cadáver pueden modificar la memoria de las personas antes de que se haga indeleble con la sepultura…  

Agradecemos a Juan Ballester el haber participado en estas Jornadas y desde Concilyarte le deseamos el mayor de los éxitos en su nueva andadura literaria.

Fotografías: Juan Ballester firmando ejemplares en el Oceanográfico de Valencia
Lectura del acta de los premios de la crítica.
Juan Ballester nombrado Miembro de Honor de Concilyarte.(Con Mila Villanueva, Gloria de Frutos, María José Pastor y Rafael Correcher.
 
Gracias a Concilyarte  por nombrar a JB miembro de honor de la asociación.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Exposición de María José Pastor en "Jornadas sobre la Muerte en la SGAE"






El título de esta charla nació de este proyecto. Un día se me ofreció como un regalo cuando ya había abandonado los pensamientos y dejé que se hablaran la medicina y la poesía.

Fue entonces cuando surgió la esperada zona de transición, la esperada disolución de los límites, el territorio instersticial entre las células, donde confluyen los líquidos nutricios y los desechos.

Apareció ante mí la relación que luego sería el hilo de mis palabras. La muerte celular o quizás las muertes celulares. La necrosis, la apoptosis y la desdiferenciación y sus correspondientes correlatos poéticos.
         

           La necrosis celular como proceso irreversible y violento junto a la consideración de sus distintas causas - isquemia, traumatismos, radiaciones ionizantes, sustancias químicas, agentes infecciosos, inmunológicos, alteraciones genéticas- se me ofreció como un proceso colectivo. Se muere una célula sí, pero el agente está actuando también en las células vecinas. Podría decirse que la necrosis tiene un aspecto social y un aspecto político.

Sin la posibilidad de arreglar el mundo, sin pretensión de ello, la poesía está rozando siempre la sociedad, la actualidad, lo roza todo.

 

          Circulan silentes los lípidos por las arterias

publicidad subliminal

tapizan día a día las paredes

la íntima del endotelio.

 

Los productos oxidados erosionan las membranas

las plaquetas obturan la estrecha luz.

 

No hay crédito

para familias sumidas en el paro.

 

El drástico desahucio sigue al trombo

la brusca detención y la necrosis.

 

En la calle los bártulos se tienden

en un asfalto dolido por la anoxia.

 
            La apotosis se me presentó asimismo junto a su correlato poético. Es un proceso biológico de muerte celular programada que afecta únicamente a células envejecidas, dañadas, mutadas y que resulta necesaria para mantener la relación entre la mitosis y la muerte celular. Esta programación evita la sobreproducción celular.

La membrana plasmática de las células permanece intacta. La célula muerta se elimina rápidamente, antes de que su contenido se escape, y por lo tanto la muerte celular por esta vía no suscita una reacción inflamatoria en el entorno.

           Podríamos considerar que la muerte natural es una muerte programada. La vejez es fisiológica y mirando teleológicamente, con más perspectiva, a nivel poblacional, a nivel de especie, la muerte podría compararse a este tipo de fenómeno.

 
            Sin lugar a dudas este tipo de muerte también nos trae a la memoria otro tipo de situaciones menos pasivas como la eutanasia, el suicidio, el aborto terapéutico. Muertes programadas que tal vez por voluntarias no debieran provocar alerta en el entorno. Sin embargo estamos lejos de eso.

 

 
            Cuando palpar no es

sino el último toque de materia

en las yemas desnudas y no brota

en el tallo la rama          y si la savia

no recorre ya el cauce abandonarse

sobrevolar el cielo mar adentro

con vuelo de gaviota detenerse

sobre el umbral sujeto a la deriva

de la puerta que nos conduce a qué.

 

          Y por último ví el proceso de desdiferenciación celular en su metafórica relación con la muerte.

Una célula adulta diferenciada en un linaje específico: piel, hueso etc, ha cambiado sus patrones de expresión génica y ha silenciado los genes de la pluripotencia. Por diversos procedimientos se puede obtener la desdiferenciación de las células de modo que vuelvan a su estado embrionario y adquieran de nuevo capacidad para dar origen a todas las células.

          La desdiferenciación podría considerarse una muerte de la identidad celular. Una muerte del ego. La indiferenciación en el zen es el estado en el que no hay fronteras con el exterior. El ser se organiza como una unidad sistémica con su entorno. El individuo se funde con el ambiente y no existe el sufrimiento de sentirse separado. La angustia, la conciencia del individuo es la membrana que le separa de lo demás.

Según Valente hay en todo individuo una nostalgia originaria de lo informe, la añoranza tal vez de un estado de fusión anterior al pensamiento lógico de las categorías éticas, morales y otras no racionales.

 

Cómo a partir del yo de la frontera

de la definición en la más extrema rama

donde tan sólo el cielo y tú.

 

Donde eres órgano

de azul y savia que jamás

podría ser un niño.

 

Donde eres célula de páncreas

destinada al ámbito del páncreas

lecho del vaivén caprichoso de la glucosa.

 

Donde eres pieza sola

rígido saco con poros pero al fin saco

de angustia magma que te define

y escribe el límite entre el aire

y el hueco oscuro de los sucesos.

 

Fotografías en tus paredes

y un transitado cable de memoria.

 

Cómo matar el yo y desleírse

en el agua azucarada del exterior.

 

           De estas jornadas ha surgido el compromiso conmigo misma de publicar un libro de poemas. No hay nada mejor que abandonarse a las actividades del grupo. Indudablemente existe la presión de la entrega pero es mucho más lo que se recibe.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Lectura de Vicente Gallego en las Jornadas "No hay Muerte para el que ama"








         Qué es la carne cuando no la sepultamos bajo el peso muerto de los conceptos? ¿Nos lo hemos preguntado alguna vez? ¿Hemos llegado acaso a tomar contacto con ella, con la nuestra y con la del otro, en el curso de ese abrazo donde estamos interponiendo entre piel y piel, entre hueso y hueso, la frontera de nuestros nombres -de ese puñado de letras-, y seguimos levantando la muralla con la paja de las opiniones acerca del que nos parece su propietario de pleno derecho? Algo muy puro y vivo está palpitando debajo de esos embozos con que cubrimos nuestros cuerpos -con que los delimitan nuestras ideas-, algo inmenso que a nadie pertenece, que no podrán nunca encerrar unos acomodaticios apellidos. La carne es un aroma, un tacto cierto, una temperatura extrema de la vida; la carne quema, se funde en el gozo de la carne porque es una y es la misma en el anciano y en el niño, en las hojas, en el agua de los ríos y en las piedras. La carne no tiene edad, el cuerpo universal no se hace viejo, porque está muriendo y renaciendo a cada instante. ¿Estáis ya con nosotros, en el interior de ese abrazo donde un mismo aliento nos anima? ¿Podéis sentir la tibieza de una sola sangre, de un solo escalofrío recorriendo este valle de lágrimas y rosas? Las duras costillas encajan suavemente, los pechos se levantan, se unen inspirando el aire del portento, y se hunden luego en su infinita ausencia al espirar con lentitud, permitiendo que los mundos se desvanezcan como el aire. ¿Hay algo fuera, separado de este abrazo, algo que no le pertenezca, una brizna de la vida o de la muerte? En el momento en que le quitamos al cuerpo la máscara del nombre -y parecerá mentira de tan notorio, de tan tangible como es-, estamos abrazando carne de nuestra carne, pues no hay manera de deslindar dónde termina una provincia y comienza la otra en este país igualitario del abrazo sincero. Ante él se han rendido las picas, los nombres, que con ser poca cosa, un ciego día pretendieron dividir al ser. Y si verdaderamente hemos puesto a los nombres en su sitio -que lo tienen, y muy hermoso, mientras no traten de ocupar el corazón de la vida y obligarlo a su régimen separativo-, si hemos metido en cintura a los nombres, vengan ahora a asistirnos para que podamos cantar que, en este abrazo, somos uno con todo lo nombrado. A esta profundidad del alma, en la pura epidermis del amor, del abrazo cósmico, los nombres trasparecen y el tacto infalible del conocimiento siente por primera vez lo que es el cuerpo: abrazados a su igual, los cuerpos se ensanchan para abarcar la entera humanidad, la carne una; los pies echan raíces en la tierra hasta tocar el centro del planeta; los cabellos se han prendido de las greñas plateadas de los astros; los vientos nos desatan, las aguas nos deslíen, el fuego nos toma la palabra, corremos con el potro, meditamos con la montaña, y no hay un solo átomo, un milímetro de mundo, que quede fuera de este abrazo. Lo que, siendo uno, no tiene nombre que le haga justicia, el cuerpo cósmico de la realidad, abre ahora nuevamente los brazos y se nos entrega como flor, como pájaro, como hombre, como tierra y como cielo, pero ya sin confundirnos. El pájaro no es pájaro, y es así en nuestra certeza el pájaro verdadero. Hemos olido la flor, y estábamos oliendo una de las diez mil corolas del alma. Hemos visto a los hombres, y no había más que uno en toda la extensión del universo: el hombre flor, la flor humana; el hombre tierra y cielo, abierto a los cuatro puntos cardinales y sin embargo reunido en sí, enteramente presente en cada hombre y en su final ausencia, en un grano de arena.
 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Presentación de las Jornadas sobre la Muerte en la SGAE por Gloria de Frutos


Gloria de Frutos

Fue para    un privilegio compartir  mesa  con Juan  Ballester, Mª  José  Pastor y  Rafael Correcher   que disertaron sobre diversos   aspectos  de la  muerte, como  también ha sido un  regalo  escuchar   a  la  actriz Sara  Juarez  miembro de  Concilyarte que nos ha leído  un poema  de Nikos  Kavadias para  iniciar  estas  jornadas.

Cuando he comentado  con algunas personas  la preparación de unas  jornadas  sobre la muerte,  había una primera  reacción de  estupor. Bueno, la  idea  de estas jornadas surgieron tras el recital “El sentimiento de la realidad” en el  que intervinieron varios poetas, entre ellos, Vicente Gallego recién llegado  de un  congreso  sobre la muerte que nos comentó   algunos aspectos de su  experiencia. Mila Villanueva, presidenta  de  Concilyarte, con su  acostumbrada  clarividencia vio  que era un tema  con suficiente arraigo en  la  cultura de  todas  las  sociedades como para  dedicarle al menos  dos días, aunque daría para llenar muchos  más.

La muerte es la única  certeza que  tiene el ser humano, ni  siquiera el nacimiento  es cierto pues de ello depende  una  serie  de circunstancias que  dan paso a  un  ser  vivo, con lo que  a veces  uno tiene  la impresión que es una  suerte  haber nacido. Sin embargo la muerte  no  depende  más que  del tiempo. Juan  Gil-Albert  afirma  en  su “Breviarum vitae” : Suprimid  la  muerte  de nuestro horizonte y la  sensación de un  vacío insoportable nos sobrecoge; reponedla  en su lugar y cada segundo  se nos llena de nuevo de angustia, de placer,  de  deseos. En una palabra: de  vida”. El ser humano  ha llegado a  aceptar con dignidad  la  muerte, pero no  el malogro de sus  ansias, morir se comprende, pero  haber  nacido para fracasar  repugna a la razón.

Por  eso  quizás tratamos  de  ignorar  la   muerte cuando  hablamos  de ella  por medio  de  eufemismos  como: la  otra vida, la  otra  cara  de la  vida, la  otra orilla, el  sueño eterno o la  dama  de negro, y materialmente maquillamos el rostro de la  muerte  y la contemplamos   a través  de un  cristal en  los modernos tanatorios.  Sin  embargo,  en el   discurso  coloquial  la  nombramos continuamente sin  inmutarnos, por ejemplo decimos: “ me  muero  de pena”, me matas  de  risa, me  muero  de  hambre, yo misma cuando me dicen algo inesperado  que me  asombra      exclamo:  me has  dejado  muerta. Hay   miradas  que  matan y  tiempos muertos; en  tauromaquia se habla  de la suerte  de matar. Es  decir la  vida y la muerte están íntimamente  unidas en el lenguaje como decía  Alejandra Pizarnik: “Me pruebo en el lenguaje donde compruebo el peso de mis muertos”. Y  es que  cuando se pierde a un  ser    cercano y querido hay un punto de inflexión en  todos nosotros que influye en la  manera de  afrontar  el futuro  y  en  el modo de  expresarnos verbalmente.

 Bien, pues  a través  del lenguaje  vamos a tener la posibilidad  de escuchar diferentes  puntos  de  vista  sobre la muerte,  en primer lugar Juan  Ballester  nos hablará de la  Muerte y la  ley.   Juan Ballester    es abogado, desempeña  su labor profesional como Registrador de la propiedad, y  además es un  escritor de éxito como  ha  demostrado al ganar el premio de la  crítica  valenciana con su novela  “El efecto Star Lux”. A  Juan Ballester   empecé  a  conocerle primero leyendo entre líneas su novela porque  solo la  ficción es  fiel a la  realidad y más tarde  le conocí personalmente en Peñíscola, en  valencia nos  hemos  visto un par  de veces  y me  arriesgo  a  afirmar  sin temor a  equivocarme  que  Juan  mira a la muerte de  frente convencido  como decía  Borges  que “ la muerte es una  vida vivida y la  vida una muerte que  viene” y  que sin preguntarse cómo ni cuándo ni qué  viene después, vive  intensamente cumpliendo así el destino del ser humano, según la ética y la  estética  que no es otra  cosa que buscar la  felicidad en  todo cuanto hace. La ventaja  de ser  así es  que contagia a los que  le conocemos una  vitalidad extraordinaria.

 

Mª José Pastor es Médico analista  y  poeta, miembro   de  la junta directiva  de CLAVE y  de  Concilyarte, pertenece a la  asociación El sueño del búho y Amigos de la poesía, es autora de  un libro de poesía titulado “Esporas  de  cordura” y tiene  obra publicada en  diversas  antologías como  la de   El  sueño  del búho y   Poemario. Como no podía ser  de otra manera su ponencia se  titula “Poemas de la  muerte  celular”  M. José posee una  habilidad  asombrosa para  ver el doble  sentido  de las  cosas a través  del lenguaje, Puede  que   realizar su trabajo observando por el microscopio la vida  en pequeñas  diócesis le haya  dotado  a lo  largo  de  su  experiencia profesional de una  visión tan especial y tan llena de ironía que asombra  a  todos  cuanto tenemos la suerte  de compartir mesa y tertulia con ella.  Por eso creo que si las  células fueran poetas dirían lo  que  esta tarde vamos  a  escuchar en la  voz  de  M José Pastor. 

Rafael Correcher  también pertenece  a la junta directiva  de  Concilyarte, es Diplomado en relaciones  laborales,  trabaja como asesor fiscal  y es poeta. Lo que le convierte  en un  funámbulo  entre cifras y metáforas que  le obliga a veces  a  saltar al  vacío por medio de la  literatura. Rafael  logra el equilibrio con “Azul de los lápices” y gana el premio de poesía Cesar Simón el año 2008 y su obra está  antologada en diversas  antologías  como Polimnia 222, por “Donde pasa la  poesía”  y  Poemario.

En junio de 2009 participó en la exposición “Artistas por la Declaración Universal de Derechos Humanos” realizada en el  Café Galería de Valencia.
Ha participado también en diversos recitales y ha realizado charlas sobre poesía en Institutos de ESO y Escuelas para Adultos.

Recientemente ha  sido  finalista  del Premio  de  poesía  Ciudad  de  Badajoz y del Loewe.

Rafael Correcher nos hablará  de  “Miguel Hernández,  amor, solidaridad y trascendencia”

 

Los actores Sara Juárez y Daniel Machancoses en las Jornadas sobre la Muerte en la SGAE

 
 
Sara Juárez y Daniel Machancoses en un momento del recital de piano y poesía con el que nos acompañaron en las Jornadas sobre la Muerte en la SGAE

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Exposición de Rafael Correcher en "Jornadas sobre la muerte en la SGAE"


 
 
MIGUEL HERNÁNDEZ: AMOR, SOLIDARIDAD Y TRASCENDENCIA.

 

Nos dice Wislawa Szymborska, en sus palabras pronunciadas al recibir el premio Nobel de Literatura, que en un discurso lo más difícil es la primera frase.
Ya he dejado atrás mi primera frase, pero presiento que también las siguientes serán difíciles, la tercera, la sexta, la décima, así hasta la última, porque tengo que hablar de poesía, pero también de un hombre extraordinario: de un compromiso de amor, solidaridad y trascendencia.
Escribir este pequeño ensayo queriendo dar una visión de su vida, tan alegre en ocasiones pero tan dolorosa en otras, e intentar hacerlo en tan corto espacio de tiempo se me antojaba una tarea muy complicada.

Tenía, he tenido la sensación durante estos días, de querer hablar, de querer escribir tantas cosas de mi poeta, que los argumentos y las palabras se amontonaban unas sobre otras oscureciendo la luz que yo pretendía dar a este escrito.  

Entonces recordé unos versos que siempre han estado presentes para devolvernos la imagen de su lucha, de su corazón entregado a la adversidad,  al sufrimiento y al amor.

Ese “tanto penar para morirse uno” que hemos escuchado tantas veces en boca de amigos de nuestro entorno, quizás expresados de otra manera, pero con el mismo significado que tuvieron para Miguel; un hombre como los demás, con parecidas virtudes, con similares defectos. Con la misma necesidad de trascendencia a través de su materialidad finita, con la misma intención de formar y sentirse una parte más del mundo que le rodeaba.

Unos versos que se repiten atravesando el tiempo y que ya están presentes en  su admirado Góngora:

…no solo en plata o viola troncada

se vuelva, más tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

 
Ese saber que estamos donde estamos para vivir, para construir un presente y un futuro universal.

Y por eso el poeta está siempre aquí, en ese punto trascendente, por ese empeño  de escapar al olvido y no desintegrarse sin más.

Esa perseverancia telúrica es necesaria para cumplir el ciclo de la vida. Así lo siente Miguel, de ahí la vigencia de su pensamiento poético, de su visibilidad y empatía con sus semejantes.

El poeta sabe de su debilidad, pero también de su fortaleza. Reconoce que todos llevamos tres heridas por las que sangramos.

Esa savia roja es la que va construyendo un camino, una razón de estar y un motivo para ser:

Me dejaré arrastrar hecho pedazos,

ya que así lo ordenan a mi vida

la sangre y su marea,

los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

Seré una sola y dilatada herida,

hasta que dilatadamente sea

un cadáver de espuma: viento y nada.

No se puede hablar de Miguel Hernández sin sentirse identificado con este traqueteo sanguíneo, con este eco que nos devuelve una y otra vez toda la humanidad de sus versos, su alegría, el dolor de sentirse hombre, la luz y la sombra…

Precisamente, en 1960 escribía Antonio Buero Vallejo “Miguel era un hombre a caballo entre la alegría y el dolor, entre la luz y la sombra (...) Hay poemas suyos en los que las palabras alegría, luz, sombra, se reiteran constantemente. ¿Por qué? Porque Miguel era ya un gran poeta trágico […] Él conoció tempranamente, dada su extracción humilde, el dolor, y después tuvo sobradas ocasiones de conocerlo a fondo de manera desgarradora; pero él, como verdadero hombre trágico que era, quería a toda costa, denodadamente, alcanzar la alegría [...] Recuerdo cómo le gustaba cantar y hasta cómo nos canturreaba cosas divertidas y un tanto chocarreras en ocasiones; solía contar también chistes. Y es que este hombre extraordinario era también un hombre como cualquiera de nosotros.

Mi relación con la poesía empezó, precisamente, de la mano de Miguel Hernández. Yo debería tener por entonces trece años. Uno de mis profesores más jóvenes insistió en leernos algunos poemas de un libro de tapas de cartón de color rojo y con el dibujo del rostro de un hombre de aspecto juvenil en la portada, (un dibujo de Miguel realizado por Antonio Buero Vallejo en la prisión de la plaza del conde de Toreno, número 2 de Madrid).

Mi profesor nos explicó que aquel hombre había sido pastor de cabras, que había  luchado en la guerra defendiendo la legalidad de una Republica surgida de unas elecciones democráticas y que murió, muy joven, demasiado joven, en la cárcel, por defender la libertad, la cultura y la democracia.

Pero a pesar del sufrimiento acumulado, de contemplar la muerte tan cercana, yo sentía que en el corazón de aquel hombre no tenía cabida el odio cuando era capaz de escribir estos versos:

Sonreír con la alegre tristeza del olivo.

Esperar. No cansarse de esperar la alegría.

Sonriamos. Doremos la luz de cada día

en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

Recuerdo, a pesar del tiempo transcurrido, las sensaciones que muchos de aquellos poemas causaron en nosotros, frases que nos sobresaltaban y nos sorprendían por su rotundidad, por su crudeza, por su gesto tan honesto, por toda la vida que resonaba en nuestros oídos:

 

                                      Aquí estoy para vivir

                                      mientras el alma me suene,

                                      y aquí estoy para morir,

                                     cuando la hora me llegue.

                                     Varios tragos es la vida

                                     y un solo trago es la muerte.

 

Todavía hoy lo más atractivo de su poesía sigue siendo, quizás, su compromiso personal, social y político que trasciende los límites de su tiempo y de su entorno, la solidaridad que demostró con todos los que le rodeaban hasta en los peores momentos de su vida.

Sin embargo, fuera de ese entorno y una vez desaparezcan los sesgos de su contingencia política, Miguel Hernández continuará siendo leído, recitado y cantado por la profundidad de su voz poética.

No es necesario recurrir a los estudiosos de la obra de Miguel Hernández para concluir que los tres grandes temas de su poesía son los que él mismo declara en “Llegó con tres heridas”, poema perteneciente a Cancionero y romancero de ausencias:

          

           Llegó con tres heridas:

           la del amor,

           la de la muerte,

           la de la vida.

 

           Con tres heridas viene:

           la de la vida,

           la del amor,

           la de la muerte.

 

           Con tres heridas yo:

           la de la vida,

           la de la muerte,

           la del amor.

 

Sus primeros años de  vida en contacto con la naturaleza, una vida casi festiva, la curiosidad, el asombro, ese “ver las cosas como si fuera la primera vez” que sólo tienen los niños y los poetas. Después, en la juventud, el deslumbramiento del amor, correspondido, consumado, rechazado y de nuevo el amor como si fuera el primero, pero también llegarían las dificultades, las desgracias con el inicio de la guerra, la muerte próxima, la ausencia de los seres queridos, la muerte del hijo, la derrota y la cárcel.

 

Y el hombre vive para la poesía, al tiempo que la poesía es el indicador de los vaivenes de su humanidad, de su pasión, de su peripecia vital, de su obsesión poética:

 

“En mis años de poeta –afirma Pablo Neruda de Miguel Hernández en Confieso que he vivido-, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”.

 

Miguel Hernández llenó de vida –también de muerte- el centro de su poesía. Y la vida y la muerte –lo sabemos- configuraron la indisoluble asociación de una biografía y de una producción literaria.

 

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,

laten junto a los vivos de una manera terca.

 

Todo lo que nace del corazón está condenado a vivir. Todo lo que nace del vivir está condenado a morir. Sabía que, en el fondo, nuestro mayor enemigo es el tiempo:

 

“Porque combato al tiempo y el tiempo me combate”

 

Pero, en contra de cualquier idea almibarada y nostálgica de la muerte, la poesía de Miguel Hernández, está llena de un vitalismo trágico en el que todo queda envuelto por un presentimiento funesto, por un fatalismo sobrecogedor:

 

 

Donde voy, con las mujeres

y con los hombres me encuentro,

malheridos por la ausencia

desgastados por el tiempo.

 

Su visión de la muerte no nos ahoga en la negación ni nos conduce a creencias del más allá, o del cielo. La visión de la muerte que nos transmite  alcanza a la prolongación del ser en la especie. Palabras como cementerio o huesos como símbolo de permanencia y constancia de la especie humana:

                  Para el hijo será la paz que estoy forjando.

                  Y al fin en un océano de irremediables huesos

                  tu corazón y el mío naufragarán, quedando

                  una mujer y un hombre gastados por los besos.

 

Incluso, en el dolor de los heridos, en ese otear la muerte, hay todavía una posibilidad de aferrarse a la vida, trágica vida pero vida al fin. El poeta vuelca entonces su mirada en la fuerza del corazón y en la esperanza:

Para vivir, con un pedazo basta:

en un rincón de carne cabe un hombre.

En su libro Los encuentros, Vicente Aleixandre hace la siguiente evocación del joven poeta:

Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar del corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento o de la tristeza, allí le encontraría, en el minuto justo. Silencioso entonces, daba bondad con compañía, y su palabra verdadera, a veces una sola, haría el clima fraterno, el aura entendedora sobre la que la cabeza dolorosa podría reposar, respirar. Él, rudo de cuerpo, poseía la infinita delicadeza de los que tienen el alma no sólo vidente, sino benevolente. Su planta en la tierra no era la de un árbol que da sombra y refresca. Porque su calidad humana podía más que todo su parentesco, tan hermoso como la naturaleza.

Un hombre entregado a la causa de la cultura y la educación del pueblo que tanto amaba: ”Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros de la buena semilla de la tierra”.

Participó en las “misiones pedagógicas”, pero también leyó sus versos en el frente para levantar la moral de aquellos hombres que hablaban tan de cerca con la muerte.

Miguel no renunciaba a vivir la vida al máximo; conocía a los hombres y a las mujeres de su tiempo, de sus necesidades, porque en aquellos momentos estaba con ellos. Nunca daba la espalda a la realidad:

Conozco bien los caminos

conozco los caminantes

 

y ese conocimiento, esa entrega sólo por amor también está en su poesía, resuena como un cañonazo:

Sólo quién ama vuela

Antonio Bernabéu, uno de los compañeros de juventud del poeta dice de su amigo: “La carrera que él tenía era muy bonita: era el amor a los demás”

Como dice Vicente Aleixandre: Miguel, era confiado y no aguardaba daño. Creía en los hombres y esperaba en ellos. No se le apago nunca, no ni en el último momento, esa luz que por encima de todo, trágicamente, le hizo morir con los ojos abiertos.

Tanto el hombre como el poeta sabían cuál era su posición en el momento histórico y así, queda reflejada esa pluralidad solidaria y trascendente:

 

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,

los que entienden la vida por un botín sangriento…

 

Pero el odio se atenúa siempre, le repugna todo aquel que se aprovecha de las circunstancias de la guerra pero también sabe que quiere ser hombre y no una fiera porque “el hombre es el primero de los conocimientos”.

Sufre en las prisiones: las cárceles se arrastran por la humedad del mundo y como hombre necesita la libertad: ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe.

Amor, solidaridad y trascendencia en un hombre que sabe serlo, en un poeta que escribe:

Pintada, no vacía;

pintada está mi casa

del color de las grandes

pasiones y desgracias.

 

Miguel Hernández es una ciudad con una puerta a la aurora, otras más grandes a la tarde, y a la noche inmensa otra.

Es un universo y muchos: la luna, el toro, el viento, la tierra, la luz, la sombra, el amor, la muerte y la ausencia.

Pero siempre, infinitamente, un rayo que no cesa.