jueves, 6 de noviembre de 2014

Meditación con Vicente Gallego (Palau de Pineda -23/10/2014-)



ABLUCIÓN NOCTURNA
El día partió. Nada trajo que no se llevara por delante. Ahora que es de noche, al cerrar los ojos, en vez de dejarte arrastrar por ese torrente de imágenes mentales que has acumulado durante la vigilia- y que te tienen en la inquietud al desplegar ante ti sus ansias de hallar continuidad el día de mañana, proponiéndote nuevas metas y recordándote los interminables problemas por resolver-, entra en quietud y recógete en ti mismo. El cuerpo está tendido y relajado, no es necesario hacer ningún esfuerzo por sostenerlo; lo cual te ayudará a remover el primer obstáculo a poco que le prestes atención a la respiración. Entrelaza los dedos de tus manos a la altura del pecho, adoptando así la postura de cuerpo presente. Ese torbellino de imágenes mentales seguirá solicitando tu interés. Bien, si primero te aconsejé que las desatendieras para hallar tu disposición respetuosa, y ganarte a ti mismo en tu postura de cuerpo presente -de cuerpo rendido-, ahora es el momento justo de poner en ellas toda tu atención, antes de pasar a mayores. Al tener los ojos ya cerrados, no te resultará difícil ubicarte primero como observador. Observa bien que, como observador de ese artificio de imágenes al vuelo -en las que aparecen tiempos y espacios, cuerpos e incidentes que te parecían tan reales, y que ahora, en tu recogimiento, eres incapaz de alcanzar-, tú no puedes estar dentro de toda esa vorágine inaprehensible. Tú estás donde siempre has estado, donde estabas la noche anterior, y la anterior, al cerrar los ojos. Y donde estarás mañana; es decir, en la atalaya de tu ser consciente, en tu no-lugar y no-tiempo, ya que acabas de advertir, al permanecer en calma, que careces de dimensiones como observador, y que ningún despliegue espacio-temporal es capaz de crear ese espacio seguro en que te parecía vivir la realidad de tu vida, pues ahora, al contemplar cómo han devenido irrecuperables todos sus escenarios, caes en la cuenta de que esa cama, que antes te parecía tan sólida y tuya, forma parte de cuanto el viento se llevó. Y es así como empiezas a hallar reposo en tu verdadero ser, y no en tu dormitorio. Si cada noche rompes con esa inconsciencia en que has vivido todo el día; si eres capaz de recogerte en ti de la manera que te sugiero; si contemplas esa catarata de imágenes mentales que viene a solicitar tu atención periférica -y a perderte en quimeras- con tu atención insobornable, vas a ver enseguida que no hay modo de dar con algo real en mitad de la fuga y quiebra interminable del espacio-tiempo, pues todo espacio y tiempo se resuelven de continuo en tu presencia intemporal. Si sigues observando con mayor profundidad, verás que ese poder que el tiempo y el espacio tuvieron sobre ti -puesto que en ellos te veías implicado-, era solo el producto subjetivo de tu inquietud de espíritu, de tu avidez. Ves cómo se esfuma toda experiencia junto a su aparente ubicación: has visto derrumbarse la jornada de hoy, procuras encontrar la de ayer, y ya no lo consigues. Ahora, contemplada desde el remanso del final del día, cualquier experiencia queda convertida en una escena vana de ese desfile de imágenes mentales, las que acuden cada noche con la pretensión de referirse a esto que somos. Este es el instante en que, de manera espontánea y natural -puesto que has visto-, dejas que la mente se las valga como pueda con sus montajes exteriores y sus ruidos; diriges tu atención hacia el ritmo respiratorio y te vas desnudando de toda adherencia espacio-temporal, es decir, de toda consideración o pensamiento. Como has comprendido la irrelevancia de cualquier experiencia, como has visto girar el carrusel a pique de esas imágenes, no te resultará difícil regresar a ti. La respiración está ahí para ayudarte, ríndete a su tutela y entra en lo profundo de tu alcoba por esa escala inversa que te tiende. Si repites este ejercicio de discernimiento cada noche antes de dormirte: si haces lo que debes y te lavas de toda imaginación hasta el fondo de tu ser; si recuperas la conciencia de ti antes de caer de la inconsciencia a la inconsciencia y dormirte estando ya dormido de antemano, pronto dejará de arrastrarte la corriente. Estás comprendiendo que nada tiene continuidad; que era solo tu deseo de futuro, y tus apegos a lo concluido, el que se la otorgaba. Por fin, todo carece de dimensiones y naturaleza propia; al cabo, todo son nubes indescifrables surcando el profundo azul de la conciencia despierta. Gustabas de pensar que había un mañana para ti, para tus ilusiones. Hoy te ganas cada noche en tu presencia viva. Con los dedos de las manos entrelazados sobre el corazón, te sabes disponible: estás muriendo a cada instante a toda idea de continuidad, a todo engaño de verte como parte de ninguna trama mental o desplazamiento físico. Has encontrado en ti la puerta del sosiego, la respiración consciente: encomiendas el cuerpo a su custodia, dejas en manos del tiempo los asuntos temporales, en las de Dios la eternidad del día, y entras profundamente, así acallado, en tu viva certeza de ser nadie.


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