sábado, 16 de mayo de 2015

IX Festival Internacional por la Paz. Discurso de Ana Noguera. Palau de Pineda (14/05/2015)



En el jardín del Palau de Pineda, el pasado jueves nuestra socia de Honor Ana Noguera, pronunció el siguiente discurso par aabrir el recital por la Paz:

 

PALABRA EN EL MUNDO

14/Mayo/2015

Cada 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Paz, aprobado por La Asamblea General de Naciones Unidas, con el fin de reforzar los ideales en busca de una sociedad global pacífica; de reconocer que la paz no sólo es la ausencia de conflictos, sino que también requiere un proceso positivo, dinámico y participativo en que se promueva el diálogo y se solucionen los conflictos en un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos, y al mismo tiempo, reivindicar que el progreso hacia el pleno desarrollo de una cultura de paz se logra por medio de valores, actitudes, comportamientos y estilos de vida propicios para el fomento de la paz entre las personas, los grupos y las naciones.
Pero las cosas no son tan sencillas como celebrar un Día Internacional o escribir un manifiesto.
Desde que el hombre convive en sociedad su principal talón de Aquiles ha sido la ausencia de paz. Y siglo tras siglo se buscan unas mínimas reglas de convivencia que permitan que los seres humanos dejen de matar, de torturar, de violar o de explotar a sus iguales.
Reivindicaba Kant, defensor de la autonomía y la razón del ser humano, en su ensayo sobre la paz perpetua, la necesidad de una estructura y un gobierno mundial capaces de crear un proyecto jurídico que coloque la guerra como algo ilegal. Pero más de dos siglos después, el proyecto de la paz perpetua sigue siendo un desiderátum.
A veces, la crueldad de nuestras sociedades es tanta y se expresa de forma tan diversa, que se convierte en una rutina informativa, que resulta imposible relatarla completa en un único sumario.
Guerras como las de Afganistán, Siria, Irak, Gaza, Israel, Ucrania, Somalia, …; la violencia del yihadismo que asesina rehenes de la forma más brutal; el rapto y la violación de cientos de niñas en manos de fanáticos como Boko Haram; el cementerio mediterráneo en las aguas de Lampedusa o la desesperación en las vallas de Melilla; las catástrofes que nunca se solucionan como Haití, Burkina Fasso o ahora el Nepal; los atentados contra la libertad de expresión simbolizados en la revista francesa Charlie Hebdo y en muchos otros periodistas o activistas desaparecidos y acallados brutalmente; gobiernos dictatoriales como Corea del Norte o Guinea; la desaparición de los estudiantes mejicanos o el feminicidio en Ciudad Juárez; el narcotráfico, la venta de armas o la venta de menores y mujeres como objetos sexuales; la corrupción que se ha extendido por sociedades democráticas de la mano de políticos sin escrúpulos como está ocurriendo en nuestra tierra; y la desigualdad, esa desigualdad que crece de forma dramática desahuciando familias o bajo la cruel cara del desempleo y la marginación social.
Y, cuando nos estremecemos ante el relato de los horrores y las crueldades que cometemos contra nosotros mismos, resulta imposible pensar que seamos capaces como especie de cuidar de los otros seres vivos que, aún careciendo de razón, poseen sentimientos. O, que teniendo la ciencia y el conocimiento para proteger nuestra Tierra, nuestro medio ambiente, nuestro hábitat, sigamos en una loca carrera por hacer estallar nuestro planeta.
Vivimos en un mundo lleno de violencia, pero no podemos cerrar los ojos, ni mirar hacia otro lado, porque sólo conociéndola, siendo consciente de lo que existe en nuestras calles, podremos dar pasos, pequeños pero firmes, para cambiar.
Me resisto a aceptar que la violencia, que la perversión, que el fanatismo sea parte del adn del ser humano,  Por eso, quiero agarrarme con fuerza a quienes, pese a dejarse la vida, sobreviven eternamente como imprescindibles. 
Quiero que tengamos la misma convicción en la naturaleza humana como Nelson Mandela, quien dijo con firmeza, que “nadie nace odiando a otra persona a causa del color de su piel, origen o religión. La gente aprende a odiar, y puesto que eso es posible, también lo es que aprendan a amar, algo que es mucho más natural para el corazón humano”.
Que tengamos el camino definido defendiendo, con la voz alta, como Martin Luther King, que  «la verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión: es la presencia de justicia»[]
Y que convirtamos este acto poético y cultural, donde el arte y la palabra son nuestras herramientas de combate, en la defensa de la no violencia contra la violencia, de la paz en busca de la paz, como Mahatma Gandhi supo entender que "Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena."

Por eso, ni hoy, ni mañana ni pasado mañana, podemos quedarnos callados.
Como dijo Blas de Otero, “yo doy todos mis versos por un hombre en paz. Aquí tenéis en carne y hueso, mi última voluntad”.
Mi enhorabuena a todos y todas los que habéis contribuido a hacer posible este pacífico grito de Libertad.

                                          ANA NOGUERA

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