jueves, 19 de junio de 2014

"Desde todos los nombres", de Nieves Álvarez (Por Pilar Verdú)

De izda a decha: Mila Villanueva, Ana Noguera, Nieves Alvarez y Juan Ramón Barat.













Muy emotivo el acto de presentación del poemario de Nieves Alvarez, presentado por Ana Noguera y Juan Ramón Barat en el Palau de Pineda.



        Imagina que descubres, a los 63 años, el gran secreto de la familia. Lo que nunca se te dijo. Estás investigando para una novela y encuentras, en los archivos que manejas, el nombre de tu padre. Y te enteras de aquel hombre bueno, lector empedernido, cariñoso y bajito, estuvo durante el franquismo en los campos de concentración que hubo en España (sí, aquí también los hubo). Se lo llevaron tal como lo soltaron, sin saber por qué. Y durante nueve años estuvo explotado, junto a otros miles de españoles que aparecen clasificados por profesiones obsesivamente en los legajos. Y sigues estirando del hilo, y ese hilo cada vez te estrangula más el corazón. Y lloras, y lloras, y lloras. Y escribes un poemario para salvarte y para salvar la memoria de todos aquellos hombres, de todas aquellas mujeres que quedaron esperando, de todos aquellos hijos cuyos padres no volvieron, o que volvieron y callaron, o que volvieron y no pudieron hablar de otra cosa, aunque no dijeran nada.
    Todo esto la ha sucedido a Nieves Álvarez. Y de aquel infierno que le ha quemado las manos al destaparlo, ha nacido “Desde todos los nombres (Abecedario del olvido)”. En este libro, todo está cuidadosamente pensado: tiene veinte poemas (por el 20-N) antecedido por un hermoso prólogo de Raquel Lanseros, que califica certeramente el libro de “caleidoscopio del dolor silenciado”. Se cierra con dos apéndices (uno referente a las profesiones de los detenidos y otro a los nombres de los mismos clasificados en listados por apellidos) y dos epílogos, el primero para explicar quién era su padre y el segundo un poema titulado “He nacido muerta”.
                Este es un libro de intrahistoria, donde se cuenta el horror retratando las escenas familiares, las desdichas íntimas de las personas a las que Nieves Álvarez pone nombre propio (Juana, María, Amador), que es el primer paso para existir, para aparecer de entre la niebla de la desmemoria. Es la nostalgia de la anciana que acaricia el traje de novia que no llegó a ponerse, de las cartas del hijo, de la abuela que ve al hombre que amó en la cara de su nieto y otras escenas igualmente conmovedoras. Y es también un homenaje a otras personas que también sufrieron lo indecible, esta vez sí conocidas por todos, aunque la autora tampoco cita ahora sus apellidos igualándolos así a los demás, porque son iguales en su dolor. Aparecen Antonio (Machado), Miguel (Hernández) y Lorca, este último escribiendo en primera persona tras una cita suya.
                Este es un libro que, con su lenguaje sencillo apropiado a los sujetos poemáticos, interpela, que remueve, que te recuerda cuánta dignidad debe ser todavía restituida. Porque la voz pidió asilo a la conciencia. Porque “los muertos siguen preguntando:/ ¿cuánto hay que esperar para escribir el nombre en una lápida?”




Pilar Verdú del Campo

1 comentario:

  1. Gracias Pilar, gracias Concyarte por el artículo y -sobre todo- por el acto de presentación del libro. Versos y besos. Nieves

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