El pasado día 20 noviembre tuve el placer de presentar a Pilar Verdú y Vicente Gallego en las Jornadas sobre la Muerte que se celebraron en el Salón de Actos de la SGAE bajo el Título "No hay muerte para el que ama".
Si algo tienen en común estos dos escritores, es: la poesía por un lado, y una honda espiritualidad por otro, lo que me llevó a hacerles esta invitación que surgió después de nuestro último evento: “El sentimiento de la Realidad”, en que Vicente Gallego ya nos habló de su participación en otras jornadas similares y elegimos el mes de noviembre porque nos pareció el más idóneo para celebrarlas.
He de decir que tengo una fuerte vinculación con la
muerte, dado que procedo de una tierra en que la frontera entre los vivos y los muertos es muy ambigua. A Galicia a la muerte se le mira de frente,
no en vano es llamada “A Costa da Morte” y el Finis Terrae.
Los ojos de
los gallegos están acostumbrados a la niebla, a la lejanía, están acostumbrados a la nostalgia,
a otear el horizonte, han visto en las costas del Atlántico miles de naufragios
donde los seres queridos se han fundido con el oleaje, y saben de aquellos que
han quedado en el Camino de Santiago que
está plagado de los que murieron en él. En Galicia se encuentran los
cementerios más bellos y espectaculares de Europa, algunos mirando al mar como
el de Santa Mariña de Dozo en Cambados, pues en Galicia se sienten muy cercana
esa “otra orilla”.
La muerte es un también un tema recurrente en la
obra de Valle Inclán o de Rosalía de Castro
o de Angel Valente, Emilia Pardo Bazán le dedica su obra “La sirena
negra” Alvaro Cunqueiro trata sobre ella en “Don Alvaro o la fuerza del sino” y
si quisiéramos hablar de la muerte en vida, citaría el poema de Rosalía “Me vou
para Habana” o el poema a María Soliña de Celso Emilio Ferreiro.
Méndez
Ferrín, en uno de sus poemas habla así
de la muerte:
Saludemos a la muerte;
en la palma de la mano no sostengamos ónices.
Llamémosle:
libro de silencio,
pórtico terminal de la esclavitud,
escritura feliz de la opacidad,
luz que desata el nombre de la alegría.
en la palma de la mano no sostengamos ónices.
Llamémosle:
libro de silencio,
pórtico terminal de la esclavitud,
escritura feliz de la opacidad,
luz que desata el nombre de la alegría.
La muerte se recuerda por los senderos que
están regados de “cruceiros” y de los “petos das ánimas”, y que están dibujados
con la silueta de las mujeres, siempre de negro, que guardan lutos sucesivos
destacando entre el verde paisaje.
Recuerdo que cada mes de noviembre mi madre compraba
flores mientras se derramaba por la casa
un suave aroma a castañas, la gente pasaba por delante de mi ventana para ir al
camposanto y a la vuelta entraban a
visitarnos; esto daba paso a una animada tertulia, pero lo más sorprendente, es
que se seguía hablando de los muertos como si estuvieran vivos. Vivos seguían
los que poblaban el salón con sus fotografías, y los que nombrábamos a diario continuamente. Cada
domingo, después de misa, los parroquianos acudían al cementerio contiguo,(que
en muchas aldeas de Galicia está al pie de la iglesia) y contaban a sus
familiares fallecidos todas las peripecias de la semana. En realidad el
espectáculo sería digno de una novela de García Márquez o de Isabel Allende,
pues rozaba el realismo mágico. Allí se
escuchaba al marinero contando a su madre que se volvía a Terranova, a la hija
contándole al padre que ya era abuelo, o al amigo contando sus “cuitas de
taberna” al compañero que faltó, después, al retirarse, dejaban sobre las
tumbas, no sólo flores, a veces un tarro de miel, a veces conchas marinas, y a
veces unas monedas….por aquello de que a la muerte siempre hay que pagarle su
tributo. Escenas como esta están bien reflejadas en la obra “El bosque animado”
de Wenceslao Fdez Flórez, llevada al cine por José Luis Cuerda y hablando de
cine, no puedo dejar de citar la gran película Mar Adentro de Alejandro
Amenábar, rodada en Galicia y que aborda el tema de la eutanasia. Fue
precisamente un gallego quien reclamó con mayor fuerza su derecho a una muerte
digna-
Recuerdo también los largos velatorios con rosquillas y anís, donde se sentía la solidaridad de todo un vecindario con la persona que quedaba abandonada y donde no faltaba el “típico humor negro, gallego” tan bien reflejado por poner un ejemplo, en los dibujos de D. Manuel Castelao.
Todas las historias que en mi niñez escuché sobre
aparecidos, sobre la santa compaña, sobre el aire de muerto o el “corpo aberto”
que tan bien definen Manuel Rivas en su obra :“Los libros arden mal”, o
Torrente Ballester en “la saga-fuga de J.B.” fueron cobrando sentido en mi edad
adulta, en la medida que comprendí que todos estos fenómenos ya habían sido
estudiados desde diversas culturas, filosofías y religiones, así como muchos
poetas hablaban sobre ellos de una forma natural.
El filósofo, terapeuta y antropólogo Bert Hellinger, creador de la terapia sistémica, comenta:
“También los
muertos están en lo oculto; pero su influencia alcanza hasta lo no oculto.
Cuando se les permite actuar, la vida es sostenida por ellos”. Esto mismo
comparte Dam Vam Kapenhout, psicólogo y
chamán cuando nos habla del alma grupal, que está compuesta tanto por los vivos
como por los muertos.
Alexander
Jodorosky, en una de sus terapias realiza el llamado “Baile de los vivos y los
muertos”. Este mismo baile lo he visto en la cima de la montaña, en la ermita
de San Andrés de Teixido, donde en la fiesta del santo, las viudas bailan
aferradas a los espíritus de sus maridos muertos. Por no hablar del rito del
abellón, donde se danza alrededor del difunto imitando el sonido de las abejas,
de esta forma se ayuda a despegar el alma del fallecido. Este ritual pertenece
también a los ritos del budismo y del chamanismo.
José Luis
Martín Descalzo en su obra “El testamento del pájaro solitario” en uno de sus
poemas dice:
::Si me muero (que aún esta por ver)
Envolvedme en su bandera verde
y estad seguros que mi corazón sigue latiendo
aunque esté más parado que una piedra.
Estad seguros.
que aunque mi sangre esté ya fría
yo seguiré amando.
De aquellos que murieron o de aquellos
Perdidos para nosotros como los muertos
(dice Kavafis)
A veces nos hablan en sueños
A veces, la mente las oye en los abismos del
pensamiento.
Y con su sonido vuelven por un momento
Los sonidos de la primera poesía de nuestra vida
Como música distante desvaneciéndose en la noche.
Por amor se honra a los muertos, con amor les
cerramos los ojos, con amor los cubrimos de flores, por amor aceptamos su
última voluntad y por amor cumplimos las promesas que dejaron pendientes, y
también por amor, no dejamos que caigan en el olvido.
Garcia Lorca parecía conocer esa gran alma de la que
habla Kampenhout cuando escribió su
poema:
Ell
silencioOye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.
Pero en Lorca, como ella comenta, existe también un
concepto de muerte preñado de resurrección, que Pilar enmarca sobre todo en dos
poemas: “Memento” y “Despedida”, y mientras la escuchemos, nos daremos cuenta
que al poeta no le era para nada extraña esa otra orilla, ese más allá, o esa
espléndida nada, (como diría Rafael Redondo), del que más tarde hablará Vicente
Gallego.
Para hablar de Vicente Gallego y el tema de la muerte
sólo tengo que remitirme a su obra “Si temierais morir” (Premio de la Crítica
2009), uno de los libros más bellos y reveladores que he leído, dedicado por
cierto a otro gran poeta: Francisco Brines, precisamente por una vida de amor y
magisterio, dice Vicente y nos habla así
de la muerte en algunos de sus poemas:
Y sin embargo, la muerte es un lugar donde no hay
muertos
Y es cosa de difuntos estar vivo
Desde esta atalaya se contemplan
Al revés, las verdades verdaderas.
Mirad en el reverso de esa idea
Detrás de la bobina
Que va desenredando el cobre de la muerte.
"Si temierais morir abrid los ojos".
Sólo quien ha tenido una experiencia cumbre, puede hablar de la muerte como lo hace Vicente Gallego, pues creo de verdad, que sí, abrió sus ojos a esa otra orilla que menciono al principio y que no es más que comprender que la muerte está plenamente presente en el aquí y el ahora, pues como dice el maestro Eckhart Tolle, la muerte no es más que el final de la ilusión y sólo es dolorosa cuando te aferras a ella.
Me ha encantado poder disfrutar de la lectura de tu comentario. No pude acudir a ese evento por estar precisamente pisando esas tierras gallegas tan tuyas y que tan bien has ido mostrando. Me ha echo recordar su magia.
ResponderEliminar!Enhorabuena por el acto!