sábado, 8 de diciembre de 2012

Jornadas sobre la Muerte en la SGAE


  El pasado día 20   noviembre tuve el placer de presentar a Pilar Verdú y Vicente Gallego en las Jornadas sobre la Muerte que se celebraron en el Salón de Actos de la SGAE bajo el Título "No hay muerte para el que ama".
 
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Si algo tienen en común estos dos escritores, es: la poesía por un lado, y una honda espiritualidad por otro, lo que me llevó a hacerles esta invitación que surgió después de nuestro último evento: “El sentimiento de la Realidad”, en que Vicente Gallego ya nos habló de su participación en otras jornadas similares y elegimos el mes de noviembre porque nos pareció el más idóneo para celebrarlas.

He de decir que tengo una fuerte vinculación con la muerte, dado que procedo de una tierra en que la frontera entre los vivos y  los muertos es muy ambigua.  A Galicia a la muerte se le mira de frente, no en vano es llamada “A Costa da Morte” y el Finis Terrae.

Los ojos  de los gallegos están acostumbrados a la niebla,  a la lejanía, están acostumbrados a la nostalgia, a otear el horizonte, han visto en las costas del Atlántico miles de naufragios donde los seres queridos se han fundido con el oleaje, y saben de aquellos que han quedado en  el Camino de Santiago que está plagado de los que murieron en él. En Galicia se encuentran los cementerios más bellos y espectaculares de Europa, algunos mirando al mar como el de Santa Mariña de Dozo en Cambados, pues en Galicia se sienten muy cercana esa “otra orilla”.

La muerte es un también un tema recurrente en la obra de Valle Inclán o de Rosalía de Castro  o de Angel Valente, Emilia Pardo Bazán le dedica su obra “La sirena negra” Alvaro Cunqueiro trata sobre ella en “Don Alvaro o la fuerza del sino” y si quisiéramos hablar de la muerte en vida, citaría el poema de Rosalía “Me vou para Habana” o el poema a María Soliña de Celso Emilio Ferreiro.

 Méndez Ferrín,  en uno de sus poemas habla así de la muerte:

 Saludemos a la muerte;
en la palma de la mano no sostengamos ónices.

Llamémosle:
libro de silencio,
pórtico terminal de la esclavitud,
escritura feliz de la opacidad,
luz que desata el nombre de la alegría.


 La muerte se recuerda por los senderos que están regados de “cruceiros” y de los “petos das ánimas”, y que están dibujados con la silueta de las mujeres, siempre de negro, que guardan lutos sucesivos destacando entre el verde paisaje.

Recuerdo que cada mes de noviembre mi madre compraba flores mientras se  derramaba por la casa un suave aroma a castañas, la gente pasaba por delante de mi ventana para ir al camposanto y a la vuelta entraban  a visitarnos; esto daba paso a una animada tertulia, pero lo más sorprendente, es que se seguía hablando de los muertos como si estuvieran vivos. Vivos seguían los que poblaban el salón con sus fotografías,  y los que nombrábamos a diario continuamente. Cada domingo, después de misa, los parroquianos acudían al cementerio contiguo,(que en muchas aldeas de Galicia está al pie de la iglesia) y contaban a sus familiares fallecidos todas las peripecias de la semana. En realidad el espectáculo sería digno de una novela de García Márquez o de Isabel Allende, pues  rozaba el realismo mágico. Allí se escuchaba al marinero contando a su madre que se volvía a Terranova, a la hija contándole al padre que ya era abuelo, o al amigo contando sus “cuitas de taberna” al compañero que faltó, después, al retirarse, dejaban sobre las tumbas, no sólo flores, a veces un tarro de miel, a veces conchas marinas, y a veces unas monedas….por aquello de que a la muerte siempre hay que pagarle su tributo. Escenas como esta están bien reflejadas en la obra “El bosque animado” de Wenceslao Fdez Flórez, llevada al cine por José Luis Cuerda y hablando de cine, no puedo dejar de citar la gran película Mar Adentro de Alejandro Amenábar, rodada en Galicia y que aborda el tema de la eutanasia. Fue precisamente un gallego quien reclamó con mayor fuerza su derecho a una muerte digna-

Recuerdo también los largos velatorios con rosquillas y anís, donde se sentía la solidaridad de todo un vecindario con la persona que quedaba abandonada y donde no faltaba el “típico humor negro, gallego” tan bien reflejado por poner un ejemplo, en los dibujos de D. Manuel Castelao.

Todas las historias que en mi niñez escuché sobre aparecidos, sobre la santa compaña, sobre el aire de muerto o el “corpo aberto” que tan bien definen Manuel Rivas en su obra :“Los libros arden mal”, o Torrente Ballester en “la saga-fuga de J.B.” fueron cobrando sentido en mi edad adulta, en la medida que comprendí que todos estos fenómenos ya habían sido estudiados desde diversas culturas, filosofías y religiones, así como muchos poetas hablaban sobre ellos de una forma natural.

El filósofo, terapeuta y antropólogo Bert  Hellinger, creador de la terapia sistémica, comenta:

“También los muertos están en lo oculto; pero su influencia alcanza hasta lo no oculto. Cuando se les permite actuar, la vida es sostenida por ellos”. Esto mismo comparte Dam Vam Kapenhout, psicólogo  y chamán cuando nos habla del alma grupal, que está compuesta tanto por los vivos como por los muertos.

Alexander Jodorosky, en una de sus terapias realiza el llamado “Baile de los vivos y los muertos”. Este mismo baile lo he visto en la cima de la montaña, en la ermita de San Andrés de Teixido, donde en la fiesta del santo, las viudas bailan aferradas a los espíritus de sus maridos muertos. Por no hablar del rito del abellón, donde se danza alrededor del difunto imitando el sonido de las abejas, de esta forma se ayuda a despegar el alma del fallecido. Este ritual pertenece también a los ritos del budismo y del chamanismo.

 Pero si todo esto ocurre es precisamente porque continúa vigente ese hilo de amor que a vivos y muertos mantiene unidos, algo indestructible y que sobrevive a la misma muerte.

 José Luis Martín Descalzo en su obra “El testamento del pájaro solitario” en uno de sus poemas dice:

::Si me muero (que aún esta por ver)

Envolvedme en su bandera verde

y estad seguros que mi corazón sigue latiendo

aunque esté más parado que una piedra.

Estad seguros.

que aunque mi sangre esté ya fría

yo seguiré amando.

 La comunicación con los muertos es para mí algo espontáneo y fresco, que como expresa Kavafis en su poema “Voces”, ocurre generalmente durante el sueño.

 Amadas, idealizadas voces

De aquellos que murieron o de aquellos

Perdidos para nosotros como los muertos

(dice Kavafis)

A veces nos hablan en sueños

A veces, la mente las oye en los abismos del pensamiento.

Y con su sonido vuelven por un momento

Los sonidos de la primera poesía de nuestra vida

Como música distante desvaneciéndose en la noche.

 Esta comunicación, cuando se da, es una de las experiencias de amor más fuertes que se pueden vivir y ayudar a alguien a “bien morir” o a encontrar en su camino después de la muerte es un acto  profundo de compasión.

Por amor se honra a los muertos, con amor les cerramos los ojos, con amor los cubrimos de flores, por amor aceptamos su última voluntad y por amor cumplimos las promesas que dejaron pendientes, y también por amor, no dejamos que caigan en el olvido.

Garcia Lorca parecía conocer esa gran alma de la que habla Kampenhout  cuando escribió su poema:
Ell silencio

Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.


 Creo que este poema constituye  toda una reverencia, una inclinación respetuosa a los ancestros.

 Precisamente para hablar de Lorca tenemos aquí a Pilar que desarrollará el tema, puesto que la obra lorquiana habla toda ella de la muerte como frustración por el hecho de “no poder amar”. Tanto Eros como Tánatos aparecen continuamente encarnados en símbolos que ella tratará de desentrañar con la precisión y la sensibilidad que le caracterizan, haciendo una interpretación casi freudiana de la obra del poeta.

Pero en Lorca, como ella comenta, existe también un concepto de muerte preñado de resurrección, que Pilar enmarca sobre todo en dos poemas: “Memento” y “Despedida”, y mientras la escuchemos, nos daremos cuenta que al poeta no le era para nada extraña esa otra orilla, ese más allá, o esa espléndida nada, (como diría Rafael Redondo), del que más tarde hablará Vicente Gallego.

Para hablar de Vicente Gallego y el tema de la muerte sólo tengo que remitirme a su obra “Si temierais morir” (Premio de la Crítica 2009), uno de los libros más bellos y reveladores que he leído, dedicado por cierto a otro gran poeta: Francisco Brines, precisamente por una vida de amor y magisterio, dice Vicente y  nos habla así de la muerte en algunos de sus poemas:

 Quien lo iba a decir?

Y sin embargo, la muerte es un lugar donde no hay muertos

Y es cosa de difuntos estar vivo

Desde esta atalaya se contemplan

Al revés, las verdades verdaderas.

 Y en otro de sus poemas dice:

 Si temierais morir

Mirad en el reverso de esa idea

Detrás de la bobina

Que va desenredando el cobre de la muerte.
 
 
"Si temierais morir abrid los ojos".

Sólo quien ha tenido una experiencia cumbre, puede hablar de la muerte como lo hace Vicente Gallego, pues creo de verdad, que sí, abrió sus ojos a esa otra orilla que menciono al principio y que no es más que comprender que la muerte está plenamente presente en el aquí y el ahora, pues como dice el maestro Eckhart Tolle, la muerte no es más que el final de la ilusión y sólo es dolorosa cuando te aferras a ella.

 

 

1 comentario:

  1. Me ha encantado poder disfrutar de la lectura de tu comentario. No pude acudir a ese evento por estar precisamente pisando esas tierras gallegas tan tuyas y que tan bien has ido mostrando. Me ha echo recordar su magia.
    !Enhorabuena por el acto!

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